
El golf es un deporte que, si no conoces a ninguna persona de tu entorno que esté metido en
el mundillo, no sabes
cómo comenzar.
Compañeros y vecinos, me preguntan por el lugar donde juego, por las clases, qué material se necesita, quién te da
el Handicap, etc.
Actualmente existen cursos intensivos, por ejemplo,
aprovechando unas vacaciones en la playa, se toma contacto y sabes si te gusta dar a
la pelotita. No se necesita nada más que llevar un guante, ya que los hierros te los prestan.
Así fueron mis principios. ¡Tenía tantas ganas de empezar!. El minibus del hotel subía a
los guiris al campo a las 7.45 de la mañana (las partidas en verano empiezan a las 8). Dejé a mi familia en la cama y allí estaba como un clavo, tan entusiasmada como si acudiese a la
Ryder Cup. La clase empezaba a las 9, pero solo con ver las salidas del tee 1, ya me compensaba el madrugón.
Por fin, estaba en
mi primera clase, el profesor Neno, un alemán-español afincado en Huelva, ex-jugador de tenis, simpático y con algunas ideas un tanto particulares, como el posicionamiento de los pies para dar dirección a la bola.
Estaba flotando, quería absorber todo lo que me dijeran, tenía dos semanas para aprender a jugar y que, con un poco de suerte, me diesen el
Handicap. La clase duraba una hora pero me quedé otra hora más con otro alumno, que tenía tanto interés como yo.
De vuelta al hotel, el minibus no bajaba, ya que
los guiris terminan por la tarde. Regresé andando a las 12h, con
un sol de justicia y a buen paso, para contar mis logros y lo contenta que estaba.
Mi hija hacía
aguagym, y con la alegría que sentía, decidí acompañarla.
Os estaréis preguntando, cómo tenías tanta resistencia. La respuesta es muy fácil, no la tuve, por la tarde literalmente estaba rota. Y a la mañana siguiente, mi cuerpo lleno de contracturas. No me podía levantar de la cama, ¿cómo iba a poder dar mi segunda clase?. Me tomé un ibuprofeno y no lo pensé más, volví al minibus.
La segunda clase la pasé de
oyente. En
la tercera, Neno nos desplazó en un carrito eléctrico por el campo. Con los baches y los giros,
veía las estrellas. Por las tardes, releía unas hojas grapadas con unas cuantas reglas, que nos dieron para poder examinarnos, el
pretendido manualillo, no explicaba casi ningún concepto y entraba en materia, hablando de golpes de penalidad y cómo dropar la bola en un lago. Vamos, que
no entendía prácticamente nada.
Sin embargo,
¡No abandoné! y
no me dieron el Handicap. Pero al regresar de las vacaciones busqué
una escuela de golf y hasta la fecha.