Gracias a la directora de comunicación de Accor para promocionar el servicio de wifi gratis en los hoteles Ibis, teníamos opción de alojarnos un fin de semana en cualquier hotel de la cadena.
Elegimos Oviedo (la foto esta tomada desde la ventana de la habitación), ciudad que ya conocíamos pero en la que viven nuestros amigos Mónica y Guillermo.
Nuestra guía particular (por cierto, historiadora de arte), conociendo nuestro afán por la cultura, nos preparó una completa ruta por el Prerrománico Ovetense.
Amaneció el sábado bastante fresquito soleado y con un cielo limpio. Íbamos disfrutando de las vistas a Oviedo y las montañas, sin olvidar el perfume que emanaba la vegetación que nos rodeaba al pasear desde el parking hasta el recinto que alberga San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco.
Los dos monumentos entran dentro de una visita guiada que recorre continuamente los escasos metros que los separan.
Aprendimos mucho del arte prerrománico. Las simetrías en los grabados de las paredes que se repiten en San Miguel de Lillo. Una riada derrumbó parte del templo y se reconstruyó quedando un tercio de la original.
En el palacio de Ramiro I el arquitecto nos engaña con el tamaño de la nave, juntando las columnas en el centro y las va alejando creando un efecto óptico que da sensación de profundidad.
La bóveda no pesaba al estar construida con piedra toba (pómez) y los arcos que parecen que la sujetan son ornamentales.
Son de una gran belleza y están declarados Patrimonio de la Humanidad desde 1985.
Ya dentro de la ciudad, visitamos San Julián de los Prados en cuyo interior se conservan los frescos originales.
En Oviedo, como en casi todos los lugares de la península, la combinación de sábado y verano nos lleva a boda. Allí, es costumbre que a los recién casados les reciban los gaiteros, aportando si cabe, más colorido a está bella ciudad.
La fuente de Foncalada, el edificio civil más antiguo de uso continuado que se conserva. Está tan integrado dentro de la ciudad. Según nos contó Mónica, muchos ovetenses ni reparan, que es otra de las joyas del prerrománico y declarada Patrimonio de la Humanidad.
Tocaba reponer fuerzas y el restaurante elegido por nuestros anfitriones fue Tierra Astur.
Parte de la cultura pasa por la gastronomía. Guillermo, con mucho acierto, eligió un menú representativo donde no faltaron los tortos de maíz y el paté de oricios. La copiosas viandas terminaron con un surtido de postres de la tierra (la tarta de queso, todavía recuerdo su sabor).
La bebida, me imagino que ya lo habéis averiguado, 4 botellas de sidrina.
Imprescindible La Catedral de Oviedo y la Cámara Santa.
Visitar un museo o una catedral da para días si quieres verlo al detalle. Mónica nos mostró lo más significativo, como el Díptico en marfil.
Perderse por el centro de la ciudad (envidiablemente limpia) es encontrarse en cada recodo y plaza, un homenaje al pueblo asturiano y sus costumbres.
Ya en la caída de la tarde y de difícil acceso vimos el exterior de Santa Cristina de Lena.
Esta iglesia de las esquinas esta en un montecito (posiblemente se construyó encima de un castro) y mira airosa a la cuenca minera y a las montañas.
Una de las costumbres que más nos chocan a los turistas es el escanciado de la sidra, proceso habitual en cualquier restaurante o Llagar.
Si váis con niños os recomiendo El Llagar de Titi, donde la familia Carvajal poseen el título de Mayor (Foursquare) jejeje.
Siempre que he pasado hacia las playas asturianas tenía ganas de entrar en Mieres.
Las palabras del poeta Jose Hierro en "El sidreru":
- "Hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor a pueblo: la isla de Manhattan en Nueva York, el barrio romano de Trastevere y la plaza de Requejo en Mieres."
El hotel me ha gustado. A 10 minutos del centro de Oviedo, muy limpio y bastante barato. Tiene tres tipos de desayuno adaptados para todas las necesidades y bolsillos.
Si sóis golosos y para que el sabor de esta ciudad os acompañe unos días más, El Carbayón, gentilicio de los Ovetenses y pastel de almendra con yema, lo podéis adquirir en la pastería Camilo de Blas.
Por último, me faltan las palabras para dar las gracias a Mónica y a Guillermo, magníficos anfitriones y amigos, que nos han hecho pasar un fin de semana inolvidable.
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